ASTHANGA Y DOLOR
El
ashtanga vinyasa yoga es tristemente conocido por causar dolor. Las posturas pueden
inducir tensión en nuestros cuerpos y cuando intentamos luchar contra ellas
pueden producir afecciones por presión sobre los nervios. La estructura de la
práctica, con su progresión lineal de secuencias, no deja vía de escape. Posturas
que hoy nos asustan tendrán que ser practicadas mañana. Mucha
gente abandona el ashtanga por esta razón, buscando otra práctica menos
sufrida.
Las
posturas del sistema del ashtanga, cuando son practicadas con una alineación
adecuada, no son dolorosas. Al contrario, son tonificantes. Pero una alineación
adecuada no es algo que se alcance sólo mediante el uso de apoyos, modificaciones
creativas o aplicando buenas técnicas anatómicas. Una adecuada alineación es el
resultado de una estabilidad interna y mental. Exige que nos rindamos ante las
ideas, las actitudes, expectativas y prejuicios que interfieren con nuestra
habilidad para asentarnos en la postura y poder respirar profundamente.
Sin
duda, las tensiones no pueden evitarse a la fuerza. Cuanto más nos resistimos
más fuertes se vuelven, y cuando se vuelven suficientemente fuertes, nos
tuercen y nos deforman. Esta es una lección que todos tenemos que aprender, y
el ashtanga yoga nos lo enseña vívidamente, con dolor.
El límite
El
dolor es un mecanismo de defensa con una clara función adaptativa; su función
es protegernos del daño. El dolor nos alerta frente al peligro y nos hace dar
un paso atrás. Acogiéndose a este principio, muchos profesores de yoga
recuerdan a sus alumnos que “escuchen” su dolor. Afirman que el dolor es el
límite, y cuando respetamos el límite evitamos causar daños a nuestro cuerpo.
Al mismo tiempo, recuerdan que el yoga requiere vairagyha, o desapego, lo que significa aceptar dónde estamos.
Esta
es una lección crucial y muy necesaria para aquellos espíritus rajásicos
(apasionados y activos) que podrían llegar a lesionarse por su ambición.
Desafortunadamente, muchos profesores y alumnos hacen a menudo mal uso de esta
lección, usándola como excusa para retroceder en un proceso de trabajo interno
más profundo. Quieren creer que pueden progresar en yoga sin necesidad de
confrontar directamente sus patrones físicos. Así que evitan las posturas que
provocan tensiones, o las trabajan de manera superficial con apoyos y
modificaciones, esperando que sus tensiones se resuelvan por arte de magia.
Esta
estrategia no nos lleva a ningún lado. Nos permite practicar sin hacernos daño,
pero también nos impide progresar. Las posturas que nos causan dolor son
aquellas que sacan a la luz nuestras tensiones y nos invitan a resolverlas con
inteligencia. Nos dan la oportunidad de observar directamente nuestros patrones
de tensión, de respirar a través de ellos y liberarlos, de hacerlos
desaparecer. Este es el proceso de limpieza psicofísica al que nos lleva el
ashtanga yoga.
Dolor y Ego
Como
hemos comentado, el dolor nos protege del daño. En el contexto de la práctica
de Asana, el dolor es una señal de que el cuerpo no puede ir más lejos, de que
si continuamos forzándonos en la postura algo se puede romper. Pero el dolor
también puede ser una estrategia de la mente para proteger sus “proyecciones
del ego”. Éstas propagan sus bucles hasta nuestros huesos y tejidos. Cuando
respiramos a través de ellas con atención firme durante tiempo prolongado,
comienzan a disolverse, liberándonos de la tiranía de nuestros pensamientos y
emociones. El ego, previendo su derrota, se rebela. Se retuerce, se tensa, se
aparta de la respiración, provocando así dolor como respuesta de defensa.
Mientras permitamos que ese dolor nos haga retroceder en la práctica, esas
proyecciones del ego seguirán donde estaban.
La
mente, de manera natural, es proclive a filtrar nuestras experiencias, trayendo
a nuestra conciencia sólo una pequeña porción de éstas. En la psicología del
Yoga clásico, la parte de la mente que lleva a cabo esta función se llama ahamkara, “el creador del Yo”. Ahamkara organiza nuestros pensamientos,
ideas y experiencias alrededor de una imagen particular del ego y da vida a la
imagen que tenemos de nosotros mismos. Traza las fronteras de nuestro Yo social
y psicológico y así podemos reconocernos como seres únicos y responsables.
Las
imágenes proyectadas de ahamkara se
convierten en el centro de nuestra entidad. Desarrollamos apegos y rechazos en
relación a estas imágenes, y somos atraídos por cosas que las refuerzan, a la
vez que evitamos cosas que amenazan con desarmarlas. Así, estas imágenes pasan
a controlar nuestra mente. Determinan nuestra forma de interpretar lo que nos
ocurre y cómo nos sentimos. Castigan nuestra autoestima y determinan todo
aquello por los que nos preocupamos al nivel más básico. Por ello, cuando algo
amenaza nuestra imagen del ego, nos ponemos a la defensiva, y cuando esa imagen
es dañada, a menudo sentimos dolor.
El
dolor puede ser bastante visceral porque nuestras imágenes del ego tienen sus
raíces en el cuerpo. Están compuestas de patrones de pensamientos y emociones,
y éstos se reflejan en patrones de tensión en nuestros tejidos. Es por ello que
las imágenes que tenemos de nosotros mismos pueden reflejarse tan claramente en
nuestra forma de hablar, de movernos o de respirar. Cada vez que creamos una
imagen del ego, le damos solemnidad al particular patrón que representa. Estos
patrones, o samskaras, quedan así
fijados en nuestros cuerpos. Las sutiles proyecciones de la mente que dan lugar
a esas imágenes se materializan en realidades palpables. Cuanto más nos
aferramos a ellas más sólidas se vuelven. De hecho, la rigidez que sentimos en
nuestros cuerpos podría ser una manifestación de lo que el Yoga clásico
denomina raga y dvesha, apego y rechazo. A través del apego y el rechazo
materializamos las imágenes de quiénes somos.
Nuestras
imágenes del ego están en constante amenaza de pasar al olvido, y dado que nos
identificamos con ellas, también nosotros tememos ser olvidados. Este miedo se
llama abhinevesa, miedo a la muerte.
Siempre que hay un cambio inesperado en nuestras vidas, especialmente cuando se
trata de una pérdida repentina de algo con lo que nos identificamos de manera
muy cercana, experimentamos una dispersión energética, un cambio sísmico en
nuestro apego y nuestra aversión. Este cambio suele venir acompañado de rabia,
tormento, abatimiento o alienación. Y como nuestras imágenes del ego están
ancladas en el cuerpo, sentimos visceralmente estas emociones como si se
consumiera la savia en nuestro corazón.
El
ego reacciona violentamente ante amenazas de desintegración porque está hecho
para preservarse y engrandecerse. Por eso, cuando empezamos a desengancharnos
de nuestras imágenes del ego, la mente comienza a dar vueltas y el sistema
nervioso responde con dolor. Este es el efecto de abhinevesa.
Las reacciones que constituyen nuestros egos se extienden violentamente
hacia nuestros tejidos aferrándose a ellos. En este proceso experimentamos todo
tipo de marejadas emocionales, signo de que el método de Ashtanga Vinyasa está
haciendo su trabajo. Podemos adelantarnos a estas marejadas agudizando el control
de la respiración y la postura; cuando las aceptamos con calma y sosiego, sin
dejarnos llevar por ellas, comenzarán a disolverse de manera lenta pero segura.
Así,
cuando respiramos lenta, profunda y rítmicamente a través de las posturas que
nos liberan emocionalmente, el cuerpo experimenta una apertura y la mente se
libera. Este momento de catarsis, aunque a menudo viene acompañado de emociones
fuertes, puede ser también muy estimulante. La energía física que estaba
bloqueando una emoción o un recuerdo, se libera, y nos invade todo el cuerpo
agudizando los sentidos y ampliando nuestra perspectiva, mientras la mente
descubre un nuevo rumbo más flexible y fluido.
Dolor sin apego ni aversión
Muchos
ashtanguis que experimentan esta liberación desarrollan una fijación por el
dolor. Se dan cuenta de que respirando a través de él pueden anular la
sensación de tener ego, llegando incluso a buscar el dolor, como si se tratara
del secreto de un estado iluminado de la mente. Confunden el dolor con el soma o nectar del Yoga que despierta la
mente y envía falsas identidades. Intentan inducirse dolor ejerciendo una presión
agresiva sobre sus tensiones, con el resultado inevitable de una lesión.
Lamentablemente esta estrategia se ha descontrolado y, ¡en algunos círculos
llega a ser un honor romperse una costilla!
El
intento de eludir el ego con violencia no es productivo. No nos libera del
sufrimiento. Puede temporalmente ayudar a suprimir el ego, pero éste vuelve con
venganza. La represión es, después de todo, otra vía para invertir nuestros samskaras con energía física, y cuando
lo hacemos, las fijamos más aún en nuestra mente. Por esta razón Patanjali, el
autor de los Yoga Sutras, enumera ahimsa,
o no violencia, como el primer principio de la práctica. El uso de la
violencia causa hostilidad sobre el ego, mientras que lo que el Yoga nos enseña
es a desarrollar una relación agradecida con él, la cual nos permita movernos
fluidamente a través de las proyecciones del ego y evolucionar de manera más digna.
El
Ashtanga no pretende destruir el ego sino abrirnos los ojos, desengañarnos de
esas ilusiones que las imágenes del ego nos hacen creer que somos. Estas
imágenes no son sino reflejos del trabajo interno de nuestra mente, y el
Ashtanga nos enseña a diluirlas. Nos enseña a usar nuestra respiración para
perder el apego a las proyecciones del ego, a revelar y resolver nuestros nudos
físicos, y así romper con nuestro hábito de identificarnos con lo que no somos.
Aprender
a aceptar el dolor es una parte esencial de este proceso. Si nos asustamos
frente al dolor permaneceremos esclavos de nuestros cuerpos y de todas las
presiones viscerales que nuestros samskaras
ejercen sobre nosotros. De igual manera, si nos crecemos frente al miedo en un
intento por destrozar nuestro ego con violencia, lo único que conseguiremos es
reforzar los samskaras que las
imágenes del ego reflejan. Y lo que es peor, absorbemos la energía de la
violencia en nuestra mente y nuestros tejidos. Este es el efecto de raga y dvesha, apego y rechazo, incluso al dolor en sí mismo.
El
método de Ashtanga consiste en aceptar cierta indiferencia frente al dolor,
como si nos resbalara, desvaneciéndose en la nada. Cuando sentimos que el dolor
crece, debemos escuchar, sí, y debemos agradecer que nuestro cuerpo y mente
intenten proteger nuestra idea de quiénes somos. Pero podemos escuchar, con
compasión e inteligencia, sin dejarnos manipular. Podemos responder al dolor
recordándonos que aunque sentimos tensión, estamos seguros, podemos soltar y
entregarnos al momento presente. En Ashtanga, como en la vida misma, el momento
presente nos lleva a un lugar nunca antes visitado. Esto es vairagya en su sentido más auténtico, la
habilidad para desconectarnos de nuestros apegos y rechazos y conectarnos con
el presente.
Yoga
es prepararnos para la muerte. Para muchos de nosotros la mera idea de la
muerte es tan dolorosa que no somos capaces de confrontarla. Cuando aprendemos
a afrontar el dolor, aprendemos a afrontar esa idea, y así nos preparamos para
actuar con dignidad en ese momento final, cuando somos llamados a liberarnos
por completo de las proyecciones de nuestro ego.